lunes, 16 de marzo de 2020

Maromialmente hablando: Penn Badgley


Veía el último fin de semana un vehículo fílmico de Esther Williams llamado En una isla contigo, para mayor gloria de la entrañable reina de las piscinas. La película no tenía ningún interés, pero algo llamó mi atención. Peter Lawford, el galán, interpreta a un marine que se obsesiona tanto con Esther, que la persigue desde que la conoce, logra que lo contraten como asesor técnico para estar cerca de ella, la secuestra en un avión, se la lleva a una isla, le declara su amor y la besa. Por la lógica romántica tradicional, Esther no hace otra cosa sino corresponderle y casarse con él. Por la lógica contemporánea, cualquier sensata pondría pies en polvorosa y la Policía en marcado rápido.
Peter Lawford, el chico de la puerta de al lado, bien podría encontrar un sosias contemporáneo y un espejo de verdad en Penn Badgley, el chico de la puerta de al lado con una fachada dispuesta a torcerse siniestra, más que nunca en YOU, la serie que protagoniza y ha vuelto a poner en la palestra a este bello favorito de las televisiones norteamericanas.


De YOU me gustan, ante todo, las ideas, sus propuestas, esa mirada a la búsqueda del amor como algo enfermizo, repulsivo, incluso criminal, la supervaloración del encuentro con la media naranja, la burda, ilusa concepción de que el amor puede con todo, lo conquista todo y, de manera significativa, lo disculpa todo. 
El amor en YOU es una cuestión sociópata, narcisista, enraizada en la psique del macho que quiere atesorar frente al rol femenino como paciente presa de ese cazador. 
Los hallazgos de YOU en ese sentido resultan sugerentes: cómo da un giro a las historias de amor y, así, un personaje central que podría ser considerado el héroe en los años de Esther Williams, ahora es el indeseable con el que mejor no te cruzas en la congestionada metrópoli.


Si las ideas de YOU son interesantes, el discurrir de la serie es convencional, televisiva en el buen y en el mal sentido, llena de giros, sorpresas, tramas, personajes, juegos de apariencia y demás artificial tramoya para enganchar a las audiencias. 
De manera nada casual, YOU se basa en un best-seller y replica los vericuetos de la llamada "novela mala", la misma que se lee con fruición sin darle demasiada importancia.


Como ya nos conocemos, sabrá el lector que no he visto YOU ni por su poderoso mensaje ni por sus precipicios de emoción, sino por el muchacho protagonista, este exquisito Penn, al que ya había adorado en Gossip Girl, serie de la que padecí dos temporadas y media sólo por él y su Dan Humphrey.


Quien fuera valiente y aguantara hasta la última revelación de Gossip Girl, sabe que YOU podría verse como una oficiosa secuela. Dan Humphrey, el inteligente, sensible y culto chico, es además un acosador en toda regla, un Dexter rosáceo.


Por el camino de Dan a Joe, celebro cómo le han sentado los años a Badgley. Todavía conserva esa voz maravillosa, ese perfil de estatua, con esa obsesionante nariz  y esos morritos incronguentes, más esa especie de desaliño controlado, que le dan un toque de acabado sumamente atractivo. 
Pero lo que siempre me gustó de Penn Badgley es lo que me gusta de todos mis maromos predilectos: ese pelo en pecho.


A viento y marea, a salvo de maquinillas hollywoodienses, ha seguido fiel a su vello pectoral, que, para mi delirio, le suele asomar, suculento matorral, desde el pico de la camiseta hasta la base del cuello.
También saludo que no se vuelva un armario de músculos y luzca sin complejos esa delgadez bien aprovechada, todo un nutria este muchacho, al que espero guarden más temporadas de YOU y otros matarratos catódicos.


Muy probable que en la siguiente apreciación me lleve el amor, pero considero que está soberbio como actor en YOU, perfecto por la combinación de atractivo y repelente que puede ofrecer. 
Dicen que muchas fans de la serie sueñan con un Joe Goldberg en su vida, lo que ha llevado al propio Penn a llevarse las manos a su peluda cabeza, ya que la serie pretende lo contrario. 
Él se considera un adalid contra la violencia de género y por los derechos de las mujeres, y el hecho de que hubiese seguidoras entusiasmadas con el infernal psicópata que interpreta para Netflix le llevó incluso a replantearse su continuidad en la serie. 
Quizá el error de esta y muchas ficciones norteamericanas es presentar a estos antihéroes y villanísimos interpretados por guaperas sexys.
La intención es buena - el más ideal puede encubrir a un cabronazo -  pero, a niveles funcionales, la cosa queda siempre en el terreno de la ambigüedad.
Como en Dexter, obvio padre de esta serie, la identificación es tan comprometedora como peligrosamente inmediata y el atractivo del asesino es indudable. Al final, el producto, más que denunciar un comportamiento antisocial, potencia nuestra gana de desobediencia moral a través de la fabulación.
Es como sumergirse en la piscina con Esther Williams, pero ahora hacia unos metros más de profundidad.
Al final, el cine y la televisión hacen lo que siempre han hecho: guiñarnos el ojo de la más descarada y seductora de las maneras.

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