martes, 29 de octubre de 2019

Ese Libro, Aquella Película: 'Mujercitas'


Tendría yo unos doce ó trece años cuando entré en una librería con mi hermanita de la mano y, tras mirar un rato en las estanterías, le dije a mi Beth personal que fuese a preguntarle a la dependienta por un título en concreto. 
La dependienta, tras sus gafas de librera de toda la vida, debía estar mirándonos y se dio cuenta de la jugada. Cuando mi hermana fue a preguntarle, supo quién era el interesado de verdad,  se acercó y se dirigió a mí: 

- Tienes esta edición ilustrada - me enseñó - y esta, de bolsillo.

Ese día me compré la edición de bolsillo y, un mes más tarde, con los ahorros suficientes, fui a por la ilustrada, porque era demasiado bonita. 
La misma timidez que me impidió decirle a la dependienta que buscaba "Mujercitas" me hizo esconder los libros de otras miradas, incluso en mi propia casa.
¿Pero te das cuenta? Pese a estar cometiendo tamaña osadía para con mi sexo, yo era irrefrenable desde nene.
Había visto la versión de Mervyn LeRoy en la televisión y no me importaba en lo más profundo que "Mujercitas" fuese una historia sólo para mujercitas. Debía leer ese libro.  Hay cosas que son más fuertes que nuestra conveniencia y lo que dicen los demás.  
Adorar "Mujercitas" lo considero hoy un pequeño acto de rebeldía, digno de mi tocaya Josephine March. 


¿Estaba equivocado? ¿Es "Mujercitas" una historia sólo para mujercitas? 
Llego tarde a esta polémica, porque la novela de Louisa May Alcott ha recuperado el lugar que tenía y merecía desde hace un par de décadas, pero, durante mucho tiempo y también en mi infancia, vivía arrumbada en ese cajón llamado "literatura rosa", donde los entendidos - la mayoría, hombres - han volcado tradicionalmente desde obras maestras hasta porquerías con condescendencia o abierto desprecio, bajo el denominador común de historias que invocan sentimientos considerados femeninos y, por tanto, se entienden como sólo disfrutables por las señoras y las señoritas.
"Mujercitas" era considerada como el culmen de lo cursi y el aspecto de muchas de sus ediciones no ayudaba en ese sentido. 


La ironía reside en la propia protagonista de la historia: una marimacho que siempre se está quejando de lo cursis que son sus hermanas. Y decir "Mujercitas" que es rosa y folletinesca es un injusto puñal contra el propio corazón de la historia, esa que desvía a su protagonista de rubricar historietas de desmayos y espadachines para "no escribir una sola línea sin haberla sentido antes".
Y Louise May Alcott había sentido cada línea, porque "Mujercitas" es una semiautobiografía, tanto de su vida como de su familia. Como los March, los Alcott vivieron la Guerra de Secesión, atravesaron duras épocas de pobreza y perdieron a una de sus hijas. 
Jo es obviamente la propia Louise May, la escritora en busca de su propia voz, alérgica a quedarse haciendo calceta. Al contrario que Jo, Louise May Alcott jamás dio su brazo a torcer en cuestiones sentimentales: murió soltera.


Cursi o no cursi, aclaremos de antemano: "Mujercitas" es una gran historia. Se puede acceder a ella por sus ribetes dulzones y sus promesas de lacrimogenia, tan respetables como indiscutible parte de su atractivo, pero la amargura que se agazapa no es poca cosa. El título lo expresa: es una historia sobre crecer. 
Por eso es tan atractiva para las mujercitas lectoras y también debería serlo para los hombrecitos: habla del dolor de lo que se deja atrás cuando se acaba la niñez, de eso que se escapa de entre las manos; la ingenuidad, la paz familiar, la posibilidad de estar todos juntos.
La emocionalidad de "Mujercitas" se fundamenta en la pérdida de un paraíso, cimentado en el amor familiar. Cuando las niñas se convierten en mujeres, las lágrimas se contienen a duras penas: el tiempo es incontenible, implacable. Jo entiende que Meg se casará, que perderá a Laurie, que Beth ha vuelto a enfermar. Buscar su lugar en el mundo es el primer paso a la madurez, aunque nadie la haya pedido ni realmente la quiera. 


"Mujercitas" es también una novela de personajes y de momentos. Y de sentimientos expresados sin reparo. La reputación de cursi se la debe por su prédica de valores que en mundos contemporáneos suscitan entre risita y desconfianza. Esas niñas tan buenas y solidarias, que ayudan a los pobres y prometen enmendarse en todos sus defectos, instruidas por su madre en la humildad y el altruismo, han sido sometidas a juicios de distintos opinadores, particularmente cuando se hacen lecturas de género en una novela que, en su título mismo, se encomienda a la femineidad. ¿Es "Mujercitas" feminista o una cosa vieja que le decía a las mujeres como tienen que ser?
En esa disyuntiva, se movía la propia autora, educada en un estricto conjunto de reglas y pareceres cristianos, mas crecida entre inquietudes que la condujeron a un feminismo pionero. Con todas las limitaciones del tiempo en el que fue escrita, debiera ser mirada y comprendida la verdadera intención de "Mujercitas". 


Pero volvamos al pastel. "Mujercitas" es una gran historia, más compleja de lo que aparenta, pero vive contraindicada para los cínicos y los alérgicos al melodrama.
El mundo no ha conocido mayestático momento como aquel en que la frágil Beth rompe su timidez y va a sentarse en las rodillas del huraño señor Laurence por haberle regalado el piano de una nieta que perdió.
La Alcott, decimonónica de pro, iba a la yugular sin miramientos: el lector se contiene a duras penas el lacrimal y hay quien podría decir que "Mujercitas" vive en los terrenos del placer culpable en tiempos como el nuestro.
En todo caso, habría que señalar que ser bueno ahora no es menos que revolucionario y "Mujercitas" podría ser ese libro que hay que arrojarle a muchos a la cabeza para que se comporten como seres humanos.


¿Y el cine? ¿Qué ha dicho el cine sobre las March? Las adora desde los tiempos del mudo y, aunque vengan a la memoria tres versiones, hay muchas más, algunas televisivas, y otra, a punto de estrenarse.
Jo era un papel ideal para Katharine Hepburn en 1933 y Las cuatro hermanitas fue uno de los éxitos de sus primeros años de gloria, dirigida con suavidad y ternura por George Cukor, siempre nombre ideal para la adaptación de augustas novelas y para universos femeninos. 
Aunque la película hoy tenga un aspecto muy envejecido y sus actrices protagonistas parezcan las madres de sus personajes, Las cuatro hermanitas está llena de imágenes imborrables y asentó el afortunado tono sentimental en que se han movido las versiones posteriores.


La Metro, en 1949, volvería a la historia, sin escatimar en medios y con su Technicolor más pastel, en la versión de Mervyn LeRoy.
Es sin duda, mi favorita, tal vez porque fue el modo en el que conocí esta historia y le tengo un especial cariño. La considero la más emotiva y hermosa, y Jo está brillantemente interpretada por June Allyson, una actriz tan popular en su tiempo como poco utilizada en su potencial valía. 


Décadas después y dentro de la revalorización de la novela, Gillian Armstrong estrenaba su versión en 1994, protagonizada por Winona Ryder, y donde se ponían las bases para la vindicación de "Mujercitas" como historia con lectura de género. Al respecto, Marmee, interpretada por Susan Sarandon, se permite lanzar un discurso muy 1994 sobre la condición femenina. 
Esta versión, muy fiel a la novela, tiene mucha reputación en Estados Unidos. Personalmente, siempre la he considerado correcta, pero insípida; una de esas adaptaciones a cara lavada, tan propias de la década de los noventa.


Las últimas noticias - y también las ganas de Oscar - sitúan una nueva versión en la palestra, dirigida por Greta Gerwig, y con Saoirse Ronan como Jo y el bellísimo Timothée Chalamet como Laurie. Intensificar el feminismo y presentar una estructura en flashbacks parecen ser las bazas de esta enésima revisitación de "Mujercitas", que expresa la vigencia de una historia que se resiste a marchitar en la memoria, las mesillas de noche y las retinas.


Cada fan de "Mujercitas" tiene su historia personal y su relación particular con ella, y como novela sobre el crecer, es además leída y descubierta en ese momento, por lo que la identificación es enorme en ese momento y, con el tiempo, se añade la nostalgia. 
Y a los que nos aventuramos con mayor o menor fortuna en la senda del escribir, ese consejo del Profesor Baer nos sirve de faro y guía.
Porque no, no hay que escribir una sola palabra sin haberla sentido antes.


Cuando ahora visito las librerías, no hace falta preguntar por "Mujercitas". Hay tantas ediciones a la vista, que no necesito de mi hermana para que le pregunte a la dependienta y no quedar yo de mariquita.
El último viernes no pude resistirme y me encapriché de la más reciente de Penguin. Dudé un momento de lo que iban a pensar de un hombre de pelo en pecho comprando ese libro. Sólo fue un momento de duda, lo prometo.
Menudo mujercito soy desde hace rato.

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