He amado la ficción desde que tengo uso de razón. Siempre me he sentido atraído por ella de un modo feroz, instintivo.
De pequeño, me quedaba con la boca abierta cuando veía las funciones de teatro del colegio; las amaba tanto que nunca las he olvidado.
Recuerdo las que interpretaban los niños mayores con peculiar fascinación. No las escribían ellos, por supuesto. Había un profesor detrás, que las ideaba con cierta malicia y los prepúberes, ansiosos por imitar el mundo de los adultos, se lanzaban a cualquier propuesta. La gente se reía muchísimo y hasta se escandalizaba.
Rememoro una obra protagonizada un grupo de ricachones insufribles en una fiesta, que terminaban tan hartos de su propia hipocresía, que acababan tirándose dulces y tartas unos a otros, con saña y violencia. Imagine el cuadro: los actores debían rondar los trece años de edad, todos vestidos, enjoyados y enchaquetados, a tartazo limpio, dando alaridos, llenos de crema.
El público infantil se volvió tan loco con lo que estaba presenciando - entre la apetitosa pastelería al vuelo y aquella invitación al caos - que los profesores suspendieron la función en el acto y pidieron explicaciones al buñuelesco responsable del espectáculo, que, huelga decir, no fue contratado al curso siguiente.
Otra obra de teatro tenía como protagonista a mi prima Luisa, que aparecía en escena disfrazada de Draculín. La cara pintada de blanco, la capa, los dientes postizos. Era entrevistada por una periodista - interpretada por otra niña, claro - que le hacía preguntas sobre su vida vampírica.
El vampiro era muy simpático y afable, pero, a veces, su naturaleza era más poderosa y se lanzaba con incisivas intenciones sobre la entrevistadora. Ésta tenía a mano un crucifijo, se lo enseñaba y el Draculín volvía a su sitio.
El público también podía hacer preguntas. Todos los niños levantaban la mano, pero el micrófono sólo se pasaba a otros alumnos de Teatro - estratégicamente camuflados entre la audiencia -, que sabían que no hay improvisación si hay guion.
Yo, como era de la familia, pude preguntarle a aquel vampiro, que, debajo del maquillaje, me miró con la ternura que todavía me mira. Creo que le pregunté qué sucedía cuando iba al médico.
Qué curiosa era esa obra. Porque aquello era Entrevista con el vampiro. Pero sucedía casi diez años antes de que la película de Neil Jordan popularizara la novela de Anne Rice.
¿El profesor de Teatro acaso conocía el libro, publicado en 1976? ¿O fue sólo una coincidencia? Quizá buscaba el humor que propicia una situación absurda y dio con aquello de que un vampiro fuese invitado a un programa.
El chupasangres, siempre esa gran idea.
Años después, cuando tuve noticias del inminente estreno de Entrevista con el vampiro, había olvidado por completo la obra de teatro. Mis preocupaciones eran otras, pero mi amor por la ficción y la mascarada seguía vigente, más ardiente que nunca.
El terror como género gusta mucho al adolescente y a mí, que lo había evitado de niño por miedoso y sensible, me volvió loco. Los vampiros eran terror, pero también Romanticismo; un filón inagotable del cine y la literatura.
Por aquel entonces, el Drácula de Coppola había puesto de moda la revisión qualité de mitos con el sazón del erotismo y Entrevista con el vampiro, proyecto que venía rondando por las mesas de Hollywood desde la publicación de la novela, encontró el momento de salir de la tumba.
En la revista Fotogramas contaban que el trailer presentación de Entrevista con el vampiro había suscitado risitas entre los periodistas presentes, al ver a Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas con semejantes pelucones.
También se comentaba la previa indignación de Anne Rice, autora de la novela, con el casting de Cruise. "Tom Cruise es tan Lestat como Edward G. Robinson hubiese sido Rhett Butler", afirmó. También se añadía que Rice había cambiado de idea tras ver la película, sorprendida de la interpretación del señor Cruise.
Ignoraba por qué motivo particular - además de mi inclinación por los terrores - me sentía atraído por esa nota de prensa y por la foto de Tom Cruise con una peluca rubia. Me encantaba el título. Su sonoridad. Entrevista con el vampiro.
La novela se había publicado en España y aún se conocía por entonces con el nombre de Confesiones de un vampiro. Siempre se había vendido bien, pero el film de Neil Jordan la relanzó y, en el camino, se le restauró el nombre original.
Yo la pedí en la librería como Confesiones de un vampiro y me dijeron que vendría en una semana. Qué semana más larga. Iba todos los días a ver si había llegado. El dueño de la librería me vio aparecer el día de gloria y me dijo:
- Ya está, niño obsesionado, ya te llegó el libro por fin.
Una novela como esta a esa edad no se lee. Se devora, se vive. Qué intensidad, qué sanguinolencia. Sentía dolor en el cuello cuando la leía de lo punzantes que eran sus falanges.
Ambientada en escenarios decadentes, desde Nueva Orleans hasta París, a lo largo del siglo XVIII, Entrevista con el vampiro es el inicio de la saga del vampiro Lestat, contada en esta ocasión por Louis, su más melancólica creación, que relata su violento y traumático despertar a su inmortal condición. Pero el corazón de la novela está en la irrupción de Claudia, la niña vampiro.
La tragedia de la autora, que perdió a una hija con poca edad, se agazapa tras ese personaje.
La película se estrenó con gran expectativa, porque era una reunión de guapos de Hollywood, de esos que gustaban a mi prima Luisa.
Por entonces, el atractivo masculino como principal reclamo taquillero era relativamente novedoso.
A mi nunca me ha hecho tilín ninguno de ellos particularmente - quizá Cruise, entre el amor y el odio -, aunque he de decir hoy que los tres coinciden en tener unas axilas estupendas.
En cualquier caso, yo no quería ver la película por sus galanes. Quería verla porque había leído el libro y me había encantado.
Entrevista con el vampiro fue un taquillazo, aunque las reacciones del público y la crítica fueron variadas, más bien tibias. Oí a gente cercana asegurar que aquello era una mierda.
Resultaba una propuesta demasiado peculiar, un riesgo en una época que pronto iba a dejar de tomarlos. Yo la vi y me gustó mucho; me pareció una buena adaptación y sí, Tom Cruise era un espléndido Lestat.
Desoí los comentarios y descubrí otros libros de Anne Rice, que se convirtió en una de las autoras más queridas de mi adolescencia. Las secuelas de Entrevista con el vampiro eran aún más espectaculares, situados en múltiples ciudades y épocas, con fastuosos ambientes y ese feliz encuentro entre melancolía e inadulterada violencia, entre sexo y amor, dulce amor. Los vampiros podían ser sanguinarios, pero eran también dolientes héroes de novela rosa.
Por entonces, las Crónicas vampíricas eran una trilogía - ahora sobrepasan la docena -, por lo que, una vez acabada, busqué otros libros de la Rice y encontré la saga de las Brujas de Mayfair.
El final del primer tomo me dejó noqueado, uno de los verdaderos escalofríos de terror que he sentido leyendo, de esos que buscaba con tanta ansia entonces.
Con el tiempo, abandoné a Anne Rice, pero no la olvidé. De alguna manera, me sentía en deuda con esos libros y lo que me habían hecho disfrutar.
Y revisando la película, tiempo después, me dije: uy, ¡pero esto es muy gay!.
Brad Pitt y Tom Cruise chupándose los cuellos con violencia y deleite eran imagen poco acostumbrada en el cine de Hollywood. La explicación encuéntrela en el productor de Entrevista con el vampiro, David Geffen, abiertamente gay, del que se dijo en 1994 que se había casado en secreto con Keanu Reeves. Noticia luego desmentida, pero de la que recuerdo la significativa conmoción que me produjo.
Hete ahí por qué me había gustado el mundo de Anne Rice. Por su homoerotismo exacerbado. En las primeras novelas, se infiere. En las restantes, se cuenta.
Es el fundamento del atractivo de los vampiros de Anne Rice, además de su romanticismo y su anarquía: no le hacen ascos a nadie en su cama. Y, en el caso de las Brujas de Mayfair, todo queda en familia.
Bisexualidad, incesto, estupro; la perversión es santo y seña en Anne Rice.
No hay reglas para los vampiros y las brujas. La evasión es total con sus historias, porque sus héroes son unos inmorales, que asesinan impunemente, se acuestan con sus madres o inician a prepúberes en el lado salvaje de la vida.
A Anne Rice no la contratarían como profesora de Teatro en mi colegio.
Revisitando la película, que este mes cumple veinticinco años, - siéntase viejo, compañero -, admiro la labor de Neil Jordan, un director siempre interesante, buena elección para este difícil material tras joyas de rareza como En compañía de lobos y Juego de lágrimas.
Entrevista con el vampiro es buena, a veces magnífica; tiene una secuencia insoportable de puro terror cuando Lestat engaña, burla y asesina a una prostituta.
Cruise está excelente; sorprende que una interpretación conseguida viniera tras otra tan mala, tan Cruise, como la que había ofrecido el año anterior en La tapadera. ¿Sería porque por fin había podido sacar la presunta loca que lleva dentro?
En cualquier caso, ese giro fue un espejismo. Al año siguiente iniciaba su saga de Misión Imposible y las otras interpretaciones de prestigio que ha concedido - Magnolia o Colateral vienen a la mente - se han producido dentro de su insistida imagen de macho.
Al contrario, Brad Pitt ofrece una interpretación muy pobre - confesó hace un par de años que nunca quiso hacer esa película - y Banderas es una elección disparatada como Armand - un querubín en las novelas -, aunque toda la parte del Teatro de los Vampiros es fantástica.
Pero algo falta en Entrevista con el vampiro para considerarla una obra importante. Quizá sucede con todas las adaptaciones que deben ser fieles a sus novelas y más cuando pretenden abrir paso a sagas; aparecen como desencuadernadas, incompletas, no se sabe qué cuentan exactamente si no se conocen sus referentes.
El existencialismo del original literario está diluido, al haber aligerado forzosamente los diálogos en su traslación a la pantalla, y, si la ambigüedad es su atractivo principal, también es la huella de que hay algo detrás, reprimido, inarticulado.
Quizá la moderada, más bien extrañada, reacción del público de 1994 pueda explicarse porque aquí el vampiro cinematográfico no muere, persiste. Ningún Van Helsing acaba con él. La película, como la novela, mantiene una rara sensación de eternidad, de infinitud. No hay un final, incluso aunque la adaptación introdujera uno con pie forzado para una segunda parte.
Ésta llegó tarde y de la peor manera posible, adaptando la tercera novela de la saga, La reina de los condenados. No merece más que ser nombrada de paso, contando con el detalle de que yo no la pude aguantar ni cinco minutos.
Hará unos años, cuando luchaba por recuperar el hábito de la lectura, releí algunos libros de Anne Rice con cariño.
De manera esperada, no me fascinaron tanto, pero me hicieron pasar un rato agradable y me dejó boquiabierto que a los catorce años me tragara sin complejos toda esa galería de perversidades, revestida de kitsch culturalista.
Si me pongo snob, diré que Anne Rice no es una gran escritora, es demasiado dispersa y tiene mal gusto, pero sabe lo que gusta a sus lectores, apreta el acelerador sin temor al ridiculo y cuando narra, convence.
Su mejor obra conecta con su historia personal y también con la admiración por su ciudad natal: Nueva Orleans, gran escenario de sus títulos más conseguidos.
Si me pongo sentimental, confesaré que la sigo en Facebook, porque adoro su figura, su capacidad de trabajo, su perseverancia. Y también el desternillante hecho de que un escritor se vista y comporte como un personaje de sus novelas.
Anne Rice sigue publicando, con Lestat y sin él, y, fascinada por las series de las últimas dos décadas, quiere que sus vampiros vuelvan a la pantalla, esta vez en televisión. Rondaba una propuesta, auspiciada por ella misma y su hijo Christopher, aunque ignoro si verá la luz. Siempre he considerado que sus novelas son perfectas para ser adaptadas, pero si no se escatima en medios; lo contrario lleva al desastre.
Me quedo con sus consejos para los escritores alevines. "Si quieres ser escritor, no pierdas el tiempo viendo este vídeo: ponte a escribir".
Asegura que nunca ha prestado atención a los críticos y ha preferido ir donde estaba la emoción. "Debajo de tus miedos, está la historia que quieres contar", le leí una vez.
Pregunto hoy a la señora Rice si el inicio de mi historia se encuentra en algún lugar de mi entrevista con el vampiro. Aquella en que me alcanzaron un micrófono para hacer una pregunta y mi prima Luisa, vestida de Draculín, me miró con la ternura con la que todavía me mira.
Que tu prima haya hecho de Draculin, una mujer vistiendo ropas tradicionalmente masculinas, también es muy AnneRiceinesco
ResponderEliminarJojojo, muy bien visto (y vestido), querida Regina.
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