lunes, 13 de enero de 2020

Maromialmente hablando: Nikola Tesla


Dice un resobado principio de sabiduría que yo sólo sé que no sé nada. Confieso que hasta el otro día, ignoraba que Nikola Tesla estaba tan bueno. 
Ignoro más cosas sobre el señor Tesla, pero sí que he oído su nombre, ese nombre que se ha recuperado en las últimas décadas, al calibrar por fin su importancia destacada en lo que conocemos como el mundo moderno. De hecho, una sentencia suprema  ha dicho, en plena reivindicación, que Nikola fue el inventor de la radio. Radio inmortal, sin duda.
No soy el único que se ha sorprendido de la belleza de Nikola Tesla, insólita entre genios, científicos y sabihondos, y su bigote y apostura ha encontrado cierto seguimiento de culto en las redes. Un comentario en un foro dice: “Claro, los croatas suelen estar muy buenos”. 


Tesla nació en territorios serbiocroatas, sí, pero, en aquella época, pertenecía nada menos que al Imperio Austro-Húngaro.
Tantos años glosando guapos y nunca había escrito sobre un caballero tan remoto e ilustre a partes iguales, del que encontrar una foto sin camiseta es altamente improbable. Pero sólo miren ese bigote y esa mirada sexy que levantaría más de una enagua y calentaría más de un calzón; Nikola Tesla merece este lugar y no sólo por inventar la radio inmortal.
Físicamente, Nikola vive a medio camino entre el héroe rijoso de un cuento de Maupassant y un actor porno de los años setenta.


De su vida, trayectoria y experimentos, versarán los entendidos y, como yo sólo sé que no sé nada, me comprometo a averiguar más sobre el señor Tesla, que, en plena decimononia, se apresuró a patentar e inventar tantas cosas que se le aclama como el genio de la electricidad. De alguna manera, fue el que descubrió lo invisible, aquellas fuerzas que nos unen y conectan, pero no percibimos con la simple mirada. 
Hablo del electromagnetismo, cuyas demostraciones en la época convertían a Nikola Tesla en un mago, un maestro de ceremonias, un espectáculo. Emigró a Estados Unidos y se nacionalizó allí; el sueño americano, con toda su maravilla y su saldo amargo, estaba despierto para Tesla.
Su personalidad, maniática, obsesiva y excéntrica, le valió pronto el apelativo de “científico loco”, el destierro social y la ignominia. Su reputación menguó también su legado, entre otras cosas cuando perdió la rivalidad con muchos compañeros de experimento y patente, incluido el más celebrado Edison.


A todo maestro le llega su escuela y Tesla y su mundo de invenciones, palomas y maravillas, inauguración de la Segunda Revolución Industrial, o ese universo conectado y raudo que hoy conocemos, se redescubre hoy a golpe de biografías y homenajes. Un biopic llevaba sobre la mesa hollywoodiense desde hace mucho tiempo, y este año 2020, se estrenará, con Ethan Hawke interpretando a Tesla. Veremos en imágenes esa vida de final miserable y enfermizo; como su salud, la belleza de Nikola no resistió a su genio.
Como estamos en Maromialmente hablando, olvidemos la tragedia y abracemos la lascivia. Volvamos al mostacho y, si me permiten, queridos lectores, hasta repitamos la primera foto.


Me declaro obsesionado con los bigotes - de hecho, yo luzco uno desde hace más de un año - y el de Nikola es una preciosidad, exquisitamente depositado sobre unos labios de beso cortés mas intencionado, rematado con esa nariz de estatua clásica y la susodicha mirada golfa, presta a despertar en ti más que una fuerza electromagnética. 


Nikola es el más maromo de todos los científicos de la Historia, el equivalente masculino a Hedy Lamarr, otra inventora de improbable belleza que, curiosamente, también abundó en el camino de unirnos, de comunicarnos. 
Sólo sé que no sé nada es una frase manida que dice la verdad, pero esa de “cualquier tiempo pasado fue mejor” habría que discutirla. 
El pasado fue nada más y nada menos que los nos trajo hasta aquí, de la mano de todos los que labraron el camino para que saliéramos de aquellas cavernas de austrohúngaros imperios y, con un solo clic, podamos descubrir, entre otras cosas, que también había maromos en el siglo XIX.



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