domingo, 13 de junio de 2021

Maromialmente hablando: Tom Selleck


Regrese usted, querido lector, al post anterior, dedicado a El valle de las muñecas, y contemple la última foto. 
Sharon Tate se deja besar, toda sexual actitud, en instántanea publicitaria para promocionar la lasciva película. El misterioso besador, al que no vemos la cara, pero sí intuimos su vello pectoral y su buen bíceps, no es ninguno de los actores de El valle de las muñecas – la producción debía ser consciente que había contratado a unos panolis de pronóstico como galanes de sus dolls -, sino un desconocido starlet, que se formaba por entonces en la escuela de talentos de la Fox, a donde también acudían nombres como Raquel Welch.
El hombre misterioso de la última foto es el protagonista del post maromial de hoy. Sí, quien besa a Sharon Tate no es otro que un joven Tom Selleck, que, si bien oculto en los carteles del film que el mundo entero corrió a ver en 1967, sólo tendria que esperar veinte años para resarcirse y protagonizar la película más taquillera de 1987.


Es cuestión de paciencia en Hollywood y, en el caso de Selleck, también de mostacho y pecho peludo.
Permítame tomar aire antes de narrar algunos datos sobre la carrera y milagros de Mr. Selleck. Con toda sinceridad, este hombre me abruma. Es de la liga de Sean Connery: una cosa estratosférica, un alarde de testosterona, un daddy redaddy, un non plus ultra de machomán, que, si un día me agarra por banda y me hace suyo, quedaría trastornado de por vida a razón de la impresión. 
Tom Selleck es como un dibujo de Tom of Finland hecho carne y vello, una fantasía de señor que pareciera que no existe más allá del sueño. Pero él, buena mezcla de recio y humoroso, como acostumbra en sus mejores intervenciones, sigue ahí, al pie del cañón, para demostrarme que sí, Tom Selleck existe.


En Hollywood había sitio para él incluso cuando el viejo estilo se derrumbaba. Si aquellos años de la Fox no eran los mejores para las jóvenes promesas, Tom Selleck se abrió camino y lo hizo, sin duda, por ese privilegiado físico de señor de deportes, actividades de riesgo y todo lo que implica salir a la calle con intenciones más dinámicas que pasear. 


Mae West lo reclamaba como cacho carne musculosa para integrar su séquito en Myra Breckinridge y la década de los setenta lo vio picando espuelas en westerns poco noticiables, al ritmo que el género perdía la comba de otros tiempos.
Con un dolor del que aún no se ha recuperado, tuvo que rechazar el papel de Indiana Jones para En busca del Arca perdida, que lo hubiese consagrado como estrella de cine, porque tenía un episodio piloto que rodar. 
No hubo lágrimas para Selleck, porque comenzaba su andadura como el detective de floreadas camisas, de nombre Magnum PI, y los más susceptibles soñamos con viajar a Hawaii no para bailar el Hula, sino para ser investigados a conciencia por el velludísimo señor.


Tom Selleck en Magnum PI, serie de considerable andadura y requetevista en distintos canales a lo largo del mundo, es una de las imágenes de los ochenta. 
La televisión era entretenida intrascendencia, los hombres no conocían cosa cercana a la depilación y, aunque el sexo en las pantallas seguía siendo el mismo "sí, pero no" de los tiempos de El valle de las muñecas, todo llamaba al sexo.


La popularidad de Selleck y su bigotazo – disgresión: en serio, ese bigote es perfecto, que me coma – propiciaron una esperanza de volver al cine por la puerta grande. 
Recuerdo los carteles de 1987 y oír a unas mujeres suspirar por la inminente comedieta que se estrenaría en cuestión de semanas. Las suspiradoras no pensaban perderse Tres hombres y un bebé. “¿Tú has visto cómo está Tom Selleck?”, decía una. “Ay, me encanta”, confirmaba la otra.
Tres hombres y un bebé unía a Selleck con Steve Guttenberg – otro mítico pecho velludo de los ochenta – y Ted Danson en uno de esos artefactos ochentescos destinados a hacer gracia con la premisa y poco más. 
Unos machos a cargo de un bebé, espera que se me saltan los puntos de la risa. Era una época no demasiado exigente para el cine: la película fue lo más visto del año y aseguró secuela. 


Biberón en mano, Tom Selleck dejaba ver su generoso vello para unas plateas que, en la década siguiente, lo considerarían un exceso y hasta un asco, demandando que sus maromos descamisados pasasen antes por la desbrozadora. Marky Mark mató a Tom Selleck, qué desgracia enorme.
Los que seguimos prefiriendo a los hombres de la calidad del mono, no entendimos nada cuando Courteney Cox dejaba a Tom Selleck – maduro y aún para morirse – por Matthew Perry en la serie Friends.


La participación de Selleck en Friends fue considerada en principio un error por sus representantes, porque significaba la vuelta a la televisión y, por tanto, un paso para atrás, pero, en retrospectiva, lo hizo conocido a nuevas audiencias y, además, sus peliculas después del bombazo de Tres hombres y un bebé no habían sido para tirar cohetes.


La televisión sigue siendo el lugar natural de este señor que permanece fiel a su bigote y a su querencia por incorporar a señores del orden – no en vano, es un republicano convencido de toda la vida, nadie es perfecto -; desde hace una década, Catodia lo acoge en la serie policial Blue Bloods, mientras aparece aquí y allá, incluido en la reciente reunión de Friends para un programa especial.
Para especial, ese bigote. Qué perfecto es Tom Selleck. Voy a imprimir cualquiera de las fotografías de este post, la pongo en un portarretratos, coloco éste en mi mesilla de noche, le doy un beso antes de dormir y, con la luz apagada, me repito: "Eso es un hombre, Josito, nunca te conformes con menos".

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