jueves, 7 de noviembre de 2019

El Trotalibrerías: El arte de Harry Clarke


El Trotalibrerías camina por librerías de hoy, pero también añora las del ayer y, aunque sea en la mente, traza una línea y dibuja una senda para la memoria.
Hace unos meses, mis pasos me devolvieron a la librería donde compré Mujercitas de niño, y allí estaba la misma librera, treinta años después. Lo más curioso es que seguía igual, no detecté el tiempo pasar por ella. Quizá mis sentidos engañosos me hicieron creer que no había envejecido nada en tres décadas.
Yo buscaba en las estanterías algo que ya no estaba: aquellos libros ilustrados que parecían enormes en mi infancia. Ahora el enorme era yo.
La librera me preguntó si deseaba algo.
Creo que sabe quién soy. Hay gente que asegura que tengo la misma cara. O tal vez ella me haya visto pasar por delante de la librería muchas veces, a lo largo de los años. Ahí dentro debe aburrirse mucho.

- No, gracias, sólo estoy mirando.
- Si quieres algo, me avisas.

¿Podía decirle que buscaba lo que no existe? Quedaría yo como un personaje de Edgar Allan Poe, esperando que la muerta enamorada resucite entre mortajas, revivida por la nostalgia.


El Trotalibrerías buscaba algo, pero no sabía qué. Un contacto con el pasado, sí. Un libro ilustrado. Qué mala prensa tiene poner dibujos en los libros. Es como de niños, decían. Lo que sucede en un libro debes imaginarlo.
Los niños se aburren cuando ven sólo letras sobre papel. Recuerden la introducción de la Alicia disneyana, en la que la hermana le lee un libro y ella, con un sopor de muerte, decide ignorar aquello "porque no tiene dibujos".
Ella esperaba algo como la propia película que protagonizaba. Una cosa súper colorida, divertida sin freno. De hecho, podríamos decir que una película es un modo avanzado de libro ilustrado, especialmente cuando se trata de una adaptación literaria. Ay, tantas veces se podrían haber ahorrado lo que debió quedar emplazado a la imaginación.


Por la imaginación llega este Trotalibrerías al pasado de sus libros ilustrados y encuentra que no son sólo para niños. O no deberían serlo. Porque la ilustración ha conocido impactantes cimas. Y vuelve a estar de moda.
Después de años de crisis donde las ediciones que se vendían nuevas en librerías dejaban mucho que desear, ahora hay un relanzamiento del libro de lujo. Y muchos clásicos regresan ilustrados, a veces con los dibujos con los que fueron publicados hace más de un siglo y, otras, con la firma de nuevos ilustradores.
El resultado es discutible en muchas ocasiones, pero este Trotalibrerías se alegra de que el placer de leer se complemente con el placer de mirar y admirar. Cuando el ilustrador es un artista, el libro dibujado deja de ser cosa de niños.
Al respecto, yo crecí con una maravillosa colección llamada "Tus Libros", atributo de lo impecable, a la que dedicaré algún post próximamente. Y con ella, descubrí algunos títulos de terror, y, entre ellos, por supuesto, al genio. A Edgar Allan Poe, al que hoy resucito entre mortajas.


Poe es alta graduación de impacto a cualquier edad, pero, cuando se anda por aquellas tétricas preadolescencias, se vive como la respuesta estética y moral a las plegarias. Delirante, febril, pesimista, fatal, terrorífico, gótico, romántico, funerario, con corazones que delatan, gatos negros que son maléficos y mujeres que reviven en el cuerpo de otras. La vida es una paranoia, el sueño, siempre opiáceo y la muerte, un medio de belleza.
Cuando vi años después las adaptaciones cinematográficas de Roger Corman, no me gustaron nada. Son simpáticas desde una óptica estrictamente camp, con Vincent Price subiendo la ceja y dando unos alaridos tremendos al morirse, pero para mí, eso no es Poe.
Porque, para mí, Poe es lo que yo vi en "Tus Libros", concretamente en "El Gato Negro", volumen donde se recogían las ilustraciones de Harry Clarke.


Durante mucho tiempo no le puse nombre al ilustrador, pero siempre se dijo imposible borrar de la memoria esos dibujos que acompañaban los cuentos de Poe cuando los leí por primera vez. Cómo miran sus protagonistas, cómo la exquisitez de las formas se conjuga con el puro terror - esa aparición de Lady Madeline Usher, el dibujo es horrible y hermosísimo al mismo tiempo - y cómo un genio se encuentra con otro genio.
Recuerdo vivamente el escalofrío irrebatible al leer "Berenice", cuento que todavía no estoy seguro de haber entendido muy bien, pero amé cada línea con desesperación romántica. Y para colmar la fascinación de lo escrito y leído, estaba aquella ilustración pavorosa, desorbitante.


Lo leído se deja a la imaginación, sí, pero alguien, raramente, está a la altura de cualquier imaginación, la alimenta y la sobrepasa.
Y de manera más significativa, rememoro cómo ese deslumbrante mundo, hipnótico y maravilloso, entraba a raudales en las más vulgares de mis habitaciones, en los más cotidianos momentos. Mirando esas ilustraciones revivo cómo su belleza se derramaba sobre mis tardes muertas y edades de hastío, cuando no era capaz de calcular su voltaje estético, el bien que me producían, la riqueza cultural para la posteridad que me aseguraban.


El Trotalibrerías casi se muere de placer, cuando descubre que, no una, sino tres obras clásicas ilustradas por Clarke, han sido reeditadas en gran volumen en España, gracias a los Libros del Zorro Rojo.
La breve obra de Clarke, vidriero e ilustrador de principios del siglo XX, se debe a su breve vida - apenas llegó a los cuarenta años - y la elección de su temática - donde lo sublime y la inmundicia, lo soñado y la pesadilla, parecen encontrarse por necesidad -, se achaca a su estricta vida, a su estricta educación religiosa, a sus estrictos padres.


Los tres títulos reeditados son "Cuentos de imaginación y misterio", de Edgar Allan Poe, "Cuentos de hadas", de Hans Christian Andersen, y "Fausto", de Goethe.
Aunque tiene trabajos en color, fácilmente googleables, la ilustrativa de Harry Clarke vive mejor y más impactante en el blanco y negro.


La senda que deseaba trazar entre el presente y el pasado era cuestión de una simple reedición por una editorial bienintencionada, una plegaria atendida por el que nunca ha dejado de ser el mismo adolescente, con la misma cara de siempre.
Acaso ese es el milagro de los libros. Desaparecen de nuestras vidas durante largo tiempo, y de repente, vuelven. Nos miran desde la balda de una estantería polvorienta o, bien, relucientes, resucitados, en un escaparate.
En el umbral, con el escalofrío que concede recuperar el amor perdido. 

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