domingo, 19 de abril de 2020

El Trotalibrerías: Mientras el rey escribe


Apagué la luz de la mesilla hace dos noches, respiré con intención de entregarme al sueño y me dije: "¿Cuándo narices vas a leer el libro de Stephen King sobre la escritura?".
Esa pregunta fue acompañada del fustigamiento habitual de los que dejamos para mañana lo que pudimos terminar hace quince años. Me llamé vago, holgazán, atontado.
Porque fue hace quince años cuando tenía que leerlo. En una clase de Escritura, el profesor recomendó Mientras escribo. La mitad de mis compañeros ya lo había leído. Yo debía estar ocupado con algún melodrama, atento a las musarañas o con el USB mental desconectado, pero sé que el libro quedó apuntado en la interminable lista de pendientes.
Me complace vivir ahora en un lugar de mi existencia donde lo pendiente se ha vuelto intolerable. Si debo leer algo, lo leo hoy o mañana. De lo contrario, el fustigamiento es insoportable. La única verdad que pende sobre mi escritorio es que he perdido demasiado el tiempo.
Este fin de semana he leído por fin Mientras escribo, un librito breve y preciso, más agradable de lo que pensaba.
He aplazado su lectura porque temo las lecciones. Tengo terror a los consejos sobre la escritura, terror que se alimenta de inseguridad y desconfianza. No quiero recetas y, cuando oigo mantras, me pongo nervioso, sobre todo cuando veo que tienen razón y mis escritos parecen rídiculos en comparación. Lo poco que sé, lo poco que practico, lo poco que llegaré a conseguir algo en estos terrenos. El machaque de todos los tiempos.


Debo decir la verdad: había hojeado Mientras escribo hace unos años. Sólo leí una frase y salí despavorido. "Para escribir bien, hay que leer muchísimo y escribir muchísimo".
Como en ese momento no hacía ni una cosa ni la otra, lo cerré y siguió pendiente. Ahora que leo muchísimo, consideré que estaba preparado, al cincuenta por ciento, para bajar la cabeza y aprender cómo escribir muchísimo.
Ha sido una lectura placentera, a veces conmovedora y, de manera decisiva, una fuente de energía para trabajar en esto que me gusta y me quita el sueño a partes iguales. Muchas de las máximas que King defiende las había escuchado con anterioridad - "El camino al Infierno está pavimentado de adverbios" -, pero recordarlas, refrescarlas, volverlas a tener presente en el teclado será de utilidad en mis escritos posteriores. Descubrir que caigo en algunos errores - el abuso de la voz pasiva, propio de escritores tímidos - me ha puesto de los nervios, pero el propio King recuerda la importancia de corregir en el futuro más que lamentar lo firmado.


Dice una verdad que ya sabía. No hay recetas, el único secreto es el trabajo duro. Encerrarse, escribir mucho, leer mucho. He encontrado provecho para el futuro en Mientras escribo y, a la vez, una respuesta al esfuerzo de estos años: buscar la concentración, huir de la televisión, enriquecerme. Sólo queda esa habitación en la que encerrarse y esas horas de trabajo. De momento, escribo para salir del paso. Espero que llegue el día en que escribir vuelva a ser un placer.
Precisamente en aquellas clases de Escritura es cuando dejó de serlo. Se aprenden cosas valiosas, pero la frustración de los otros te contagia, los ramalazos de envidia se hacen evidentes y sientes que nunca serás demasiado bueno en una competencia. Escribes para tus profesores y tus compañeros, cuando ninguno de ellos es tu público potencial.
Dudo que me libre de todas sensaciones en cualquier lugar o juicio al que exponga mis escritos, pero me quedo con el consejo de King de que llegar a la genialidad no debería estar jamás en mis planes. Un escritor aceptable puede convertirse en un buen escritor. Nada más. Me he sentido libre al leer esa línea.


Mientras escribo, el libro más inusual de su autor, se compone de tres partes, todas autobiográficas. "Di siempre la verdad", repite King. Y, en este libro, él la dice más que nunca.
En la primera parte, nos cuenta su vida, articulada en torno a lo que le llevó a la escritura y al género de terror y ciencia ficción. Es la mejor, escrita con un talento mayúsculo. Se descubre un gran autor norteamericano evocando una infancia y un paisaje, esa América desfavorecida, de clase media-baja, la misma en la que se desarrollan sus novelas, ese escenario que las hace tan realistas e impactantes.
La segunda parte de Mientras escribo es la más utilitaria para escritores alevines, la que hay que subrayar y repasar una y mil veces. La que me dice que cierre la puerta y sude la gota gorda. La que me recuerda que él escribió Carrie en una caravana.


La última parte se escribió de manera inesperada, porque, en plena redacción de Mientras escribo, Stephen King fue atropellado y estuvo a punto de perder la vida. Entre atroces dolores y una larga convalecencia, soñó con volver a sentarse y terminar este libro. En ese tramo final, el más conmovedor, King saluda al acto de escribir como una forma de felicidad y aparece de manera decisiva la figura clave, que sobrevuela sutil sobre todo el libro: su esposa y primera lectora, Tabitha King, la gran mujer al lado del gran hombre.
Mientras escribo ha despertado mi interés por un escritor que he frecuentado poco, aunque siempre he tenido estima y cierto aprecio. Leí cuatro ó cinco de sus libros en la adolescencia y ya detectaba la calidad diríase mortífera de sus historias. La violencia física y psicólogica se hacía palpable, los ambientes cobraban vida inmediatamente, todo era pura intensidad. 
Misery es uno de los libros más viscerales y obsesivos que he padecido.


Como vende mucho y lo que escribe es poco intelectual, King vive pendiente de una revisión seria que, quizá, se produzca dentro de varias décadas, cuando se diga aquello de que era mejor que otros más valorados por la critica. O quizá King no se lea nada. La vigencia de todas las obras literarias parece una lotería.
Hoy, y también ayer, se puede confirmar que, guste más o menos, Stephen King es un icono cultural. Sus historias, todavía versionadas en cine y televisión, aún reeditadas ante unos fans voraces, han articulado un imaginario colectivo de horror, suspense y paranoia del que el audiovisual se ha nutrido a placer.
Carrie es un sinónimo de adolescencia problemática, del mismo modo que Misery es el grado final como sigas admirando a alguien y descuidando tu psique por el camino.
No cabe duda de que es un escritor sorprendente. Pensaba que no era un favorito en mi adolescencia, porque prefería a la más romántica y homoerótica Anne Rice; King me parecía demasiado testosterónico. Pero me ha venido a la cabeza una de sus historias más hermosas, aquella Dolores Claiborne, una heroína feminista en la obra de un autor al que han acusado de misógino en muchas ocasiones.


Di la verdad, escribe él en su imprescindible libro sobre escritura. Y yo, que soy adicto a escribir sobre escribir, digo que si, que la diré.
Como King y tantos me han recomendado, el camino es sentarse a escribir todos los días. José Donoso decía que, al menos, había que mantener un diario de escritura - qué mejor que un blog para ese cometido - y hoy considero que, no sólo mejorará mi escritura, sino que la hará más placentera.
Si vuelvo a sentarme aquí a diario, dolerá menos. Lo único que entorpece mi visión de futuros escriturarios es la temida vuelta a la normalidad: compaginar el trabajo con las horas de escritura. Tengo que encontrar la manera y debo hallar la energía incluso cuando esté agotado. Pensé que, si un día estoy cansado y sin mucho ánimo, podría escribir un post más sencillo que éste - la clásica oda a un maromo, por ejemplo -, pero lo haré.
Se me agotaron las excusas. Lo pendiente entra en la agenda de lo intolerable. Debo escribir o morir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario