lunes, 2 de diciembre de 2019

Maromialmente hablando: Al Parker


Dispuestos a conceder que el porno gay es un género cinematográfico como cualquier otro - o, al menos, lo fue alguna vez -, hablemos hoy del Lillian Gish del folleteo homosexual filmado. Porque, cuando se escribe sobre Al Parker, es inescapable usar dos palabras: pionero y legendario.
Como las estrellas que iluminan el audiovisual desde el día uno, Al Parker es ese inesperado milagro; alguien que tiene el talento para hacer su trabajo como nadie y una belleza física incontestable. Porque, como en el cine convencional, hay muchos actores en el porno gay, pero los excepcionales son precisamente la excepción.
Si no estamos dispuestos a conceder al porno gay más de lo que es - montón de imágenes contundentes para provocar el orgasmo del que lo consume, que apagará el televisor justo cuando termine -, digamos, al menos, que Al Parker fue pantalla de una época tan gloriosa y trágica para el movimiento gay que, como una Escarlata O'Hara de la libertad sexual, este guapo entre guapos se hizo también un símbolo de su tiempo.


En una camioneta, camino al concierto de Woodstock, el joven Al Parker tendría lo que consideró su primera experiencia sexual satisfactoria. Fue con un hombre, claro, y muchas de las escenas que interpretaría  después en sus películas reproducían ese momento: al fresco, en algún coche especialmente macho, con toda espontaneidad. Tiempo después, se le descubría para la causa erótica cuando servía copas en la mansión de Playboy.
En la década de los setenta, cuando el porno, levantadas las prohibiciones, floreció de tal forma que se puso de moda y sus estrenos se vivían con la misma - y, a veces, superior - expectación que la producción más granada de Hollywood, Al Parker se hizo cara reconocible en los pequeños cines donde se exhibía porno homosexual.
La oscuridad permitía que los asistentes replicasen lo que estaba ocurriendo en pantalla, salvadas las distancias que separan la realidad y la fantasía.


Al Parker, como otros astros porno de los años setenta, como las ilustraciones de Tom de Finlandia, significó nada menos que la revolución, porque contó a los homosexuales que no había nada grotesco o degradante en lo que deseaban. 
De hecho, satisfacer esos deseos podía ser lo más masculino y excitante del mundo.
Barbas, grandes pollas, pantalones vaqueros, escenarios rústicos, baños, camiones, fuerza física; todos los gays quisieron parecerse a Al Parker, prueba de que no hay ninguna señal externa para quererse follarse a otro hombre más que la cara de ganas y el bulto en los pantalones.
Cumplía también nuestra fantasía recurrente de que cualquier hombre está dispuesto a acostarse con otro.


Decíamos que Al Parker, además de estar tan bueno, era un maestro de su oficio. Probablemente, no le estaría dedicando un post sino hubiese sido el responsable directo de los orgasmos más inmediatos que me ha concedido el porno gay. Y valga el dato: yo ya no me corro con cualquier cosa.
Follando es bueno, pero felando, Al Parker es un milagro, un do de pecho, una plusmarca. Toda la sensualidad, toda la voracidad, toda la veneración posible al falo. 
Hay pocos que la hayan chupado delante de una cámara como Al Parker. Sólo de pensarlo se me ve a mí esa señal externa.


Sus películas más conocidas, rodadas durante los años setenta y ochenta, son además muy divertidas. Algunas recogen el mundo del disco y el cruising de entonces, sin barreras, con toda la alegría que trae la desinhibición tras la represión. 
Otras, como pioneras, tan dadas al ensayo/error, son delirantes, experimentales, un tanto raras para un género al que no concurren espectadores pacientes. 
En la surreal Inches, hasta se cuenta un polvo entre una pareja que se ha hartado de sí misma. Lo curioso es que la pareja de Al Parker en esa escena lo era también en la vida real: el igualmente guapísimo Steve Taylor. 
Nadie se sorprenderá que fueran una pareja abierta y, a pesar de ello, o por ello, permanecieron juntos hasta el final.


Lo que Al Parker interpretaba, cuenta la leyenda, era sólo una extensión de su loca vida fuera de los rodajes. Puede decirse que sus películas, que pronto produjo y dirigió, son personales; contaban tanto lo que el muy golfo hacía en sus correrías como lo que soñaba realizar con el que le cambia la rueda del coche, el autoestopista o el atleta olímpico.


Como toda alegría conoce su tristeza y toda época dorada encuentra un final injusto, llegaron los análisis y las malas noticias. Su pareja, Steve Taylor, murió poco después de ser diagnosticado como seropositivo. 
El ontos homosexual emprendía "ese largo desfile al cementerio", parafraseando a Tennessee Williams.
Al Parker, también diagnosticado, consagró su porno a ofrecer a otra imagen positiva: la necesidad de la protección en el sexo. 
La primera película de esa nueva era es un testimonio del desconocimiento y la paranoia de aquellos mediados años ochenta. En ella, los actores usan látex hasta para comerse el culo y no hay una sola penetración.


Su productora, Surge, abrió el camino para que el porno, además de brindar placer, enseñara. ¿No es eso lo que siempre ha hecho, para bien o para mal? 
Así, hasta hace bien poco, el noventa por ciento de la pornografía homosexual usaba condón. La sana tendencia se ha roto en el último lustro, ante un público tan exigente como olvidadizo y también gracias al surgimiento de la profilaxis pre-exposición.
Pero, en los tiempos de Al Parker no vestir la polla era sinónimo de enfermedad y probable muerte, así que él, que la tenía tan larga y bonita, se la cubrió de látex y enseñó la lección a los que vivían con la urgencia de desvestirse de tantos y tantos lutos.


En 1990. Al moría por complicaciones del SIDA a la edad de 40 años. Tributos y biografías no han faltado. 
Muchos habían aprendido con él lo que se hace cuando se desabrocha un pantalón vaquero. Y repetimos la idea: con hombres como Al Parker, se supo que lo que hacíamos no estaba mal, sino que era natural, necesario, impredecible. Podía estar jodidamente bien.


Sus cintas, emblema de una brillante edad de la pornografía largo tiempo acabada, todavía animan al más acoquinado. Para el que quiera descubrirlo, le recomendaría su film de fuga carcelaria Wanted y las dos escenas que abren y cierran Games
Esa barba del bello Al regada de líquido seminal en el último título es una imagen que enseñaría ahora mismo al que se atreviera a preguntarme si estoy seguro de ser homosexual.
Esto es lo que me gusta, caballero, no hay vuelta de hoja ni jamás la hubo.

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